El 19 de noviembre de 2019, es una mañana difícil después de toda una noche de velorio entre el 17 y el 18 y el entierro final el 18. Las familias deben volver a Bogotá, a Barranquilla, a Cali, a Medellín. Dejaron sus vidas en estas ciudades por estos días, así como lo hicieron en 2017 para la exhumación de los cuerpos y para las asambleas de familiares. Para algunos otros es la primera vez que vuelven a la tierra que los había visto crecer, de donde fueron desplazados y donde perdieron a sus seres queridos 17 años atrás.
Este viaje no es un viaje sencillo, escuchar sus relatos rápidos, angustiados sobre lo que implica no volver ese día a las ciudades donde viven y trabajan da cuenta de todo lo que habían tenido que sacrificar para viajar nuevamente a Bojayá y despedir dignamente a sus muertos. Hijos al cuidado de una vecina, citas médicas suspendidas, licencias de trabajo, en algunos casos no remuneradas. ¿Qué obligación, sentimiento, fuerza había motivado este viaje? Esta pregunta no es tan obvia como parece.
La deuda de un ritual adecuado para con los muertos que permita su descanso está asociada a la deuda con los vivos sobre la verdad de lo sucedido con sus familiares. Cómo mueren, en qué estado quedan sus cuerpos, qué estudios se hacen, qué pasa después de que se los llevan a la fosa común, cómo los entierran en ese tiempo. Esta deuda tiene diferentes sentidos y se ha ido transformando en el proceso.
Luz Amparo Córdoba siente que en el proceso de exhumación se comienzan a aclarar las cosas, para ella una de las principales motivaciones es saber la verdad. En su experiencia como habitante de Bellavista siempre se encargaban de cuidar el lugar donde estaban sus difuntos Guillermina Cuesta, Dilon Cuesta, Shirley Chaverra y Fredy Cuesta, ir a llevarles flores o rezar un padrenuestro. Al momento de la exhumación se da cuenta de que su hermana no estaba sola en el lugar donde ellos hacían su ritual, en ese espacio solo había una parte de su cuerpo.
Nosotros íbamos a ver si le rezábamos un padrenuestro a nuestra supuesta hermana, y el día de la exhumación resultó que a la que nosotros le estábamos rezando el padrenuestro no era completamente nuestra hermana. ¡Había media ahí y la otra media no se sabe en dónde! Porque resultó ella con la mamá de Aurelia, media mamá de Aurelia y media hermanita de nosotros. Otros sí estaban completos, pero en el caso de Guillermina estaba así. Entonces por eso me gustó que se hiciera la exhumación porque ahí ya uno tiene claro que no está rezándole a una persona desconocida, sino que es realmente al doliente que le falleció.
Cuando llega el momento de la exhumación de los cuerpos, tal vez, el momento más difícil emocionalmente, la deuda toma nuevas formas. Para Ever Murillo, que perdió cinco familiares –su madre Ana Eneida Rivas Palacios, su hermana Ana Yesid Rengifo Rivas, su hermano Juan Carlos Murillo Rivas y sus sobrinos Kevin Yesid Garrido Rengifo y Leifer López Rengifo– en la masacre, él sobrevive al interior de la iglesia y actualmente vive con su familia en la ciudad de Quibdó, enfrentarse a los restos de su hermano Juan Carlos Murillo Rivas significa encontrarse frente a frente con todo lo que falta por aclarar. Este encuentro con la condición y fragmentación de los cuerpos le abre nuevas preguntas y por lo tanto un sentimiento de deuda con su hermano difunto:
[…] El hecho es que cuando yo recibí a mi hermano en la exhumación, mi hermano aparecía como si hubiera dos cuerpos allí. Es más, mi hermano estaba más grande que mi mamá, una cosa impresionante. Yo pues espero que la Fiscalía, con todos sus equipos y con sus cosas pueda, no sé, aclare eso. De pronto qué fue lo que pasó ahí. No sé, lo que yo quiero es que me entreguen el cuerpo únicamente el de mi hermano, porque para mí la duda es que de pronto ahí hay dos o tres cuerpos.
Exhumar Sacar a una persona o cosa del lugar en el que estaba enterrada; especialmente un cadáver (Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, 2016). significa entonces remover, pero también abrir la posibilidad de esclarecer, dar el primer paso para lograr saldar una deuda con los muertos y sobre todo darles un lugar adecuado para su descanso. En palabras de Ever Murillo el proceso es
Muy significativo porque por lo menos uno va a tener pues como la oportunidad de llegar al doliente y decir “esta es mi mamá, este mi papá, este es mi hijo, este es…”. […] Se puede identificar de cada quien y uno para poder ir a visitarlos puede ser los domingos, el día que uno puede, y ya verlos es muy importante. No es lo mismo que quede por allá botado, por allá lejos.
Como vemos en los testimonios de estos familiares saldar la deuda no es solo una obligación con los difuntos, implica abrir caminos para la elaboración del duelo de los sobrevivientes, como lo recuerda Betsy Valencia, en mayo de 2018,
Después que nosotros conozcamos la verdad, que nuestros muertos estén aquí en su tierra todas las hermanitas, la mamá ya nuestros familiares estén tranquilos, digan “hombre, al fin descansó mi hermanito, al fin descansó mi mamá, al fin descansó mi tío” ¿ya? Mientras nosotros no conozcamos realmente la verdad nuestros muertos no van a quedar en paz. En paz quedamos el día que ellos lleguen aquí, a estas tierras, con su nombre, que sí realmente esa es la persona que uno cree que es, ¿ya? Porque uno acá y ellos allá no sabe quién es quién y quién es el otro, no sabe realmente porque la verdad no está todavía claramente, ¿ya?
Para el señor Matías Moreno el proceso de exhumación también significa la posibilidad de esclarecer, de saber la verdad sobre los cuerpos de sus familiares. Sin embargo, la desconfianza en el Estado, y experiencias de otras víctimas en el país, como la de los familiares de las personas desaparecidas del Palacio de Justicia, siguen dejando una duda sembrada. Esta desconfianza evidencia que avanzar en el trabajo de duelo implica un trabajo arduo donde se dan unos pasos importantes, pero no los únicos.
… con eso de exhumación hemos logrado mucho porque hemos logrado saber la verdad, de a qué persona corresponde este hueso y este otro, para tener la familia tranquilidad de recibir el cuerpo real de su familiar. Que no vaya a pasar como pasó en el holocausto de Bogotá de que alguna persona le entregaron el cuerpo de fulano y ahora 31 años después resultó no siendo, espero de que no se llegue a pasar eso aquí.
Para María Ángela Palma, los momentos rituales de la exhumación y el entierro también significan la posibilidad de reconciliarse con los muertos. María Ángela era una niña que cursaba la primaria en el tiempo de la masacre y recuerda que siempre existieron enemistades entre las niñas y niños del barrio Pueblo Nuevo, con las del barrio de «arriba». «Eran cosas de niñas, peleábamos por ser de lugares distintos», recuerda. Para ella este encuentro con los muertos, además de la posibilidad de enterrar dignamente a su abuela María Eusebia Mena Chaverra y a su hermano Argenio Palma Moreno es la oportunidad para decirles a sus «enemigas» de la infancia que «quisiera que estuvieran vivas y que me perdonaran».
En noviembre de 2019 algunos periódicos nacionales documentan el entierro final como el cierre de todo un proceso y más que eso como el cierre de un duelo. ¿Pero esto significa cerrar el duelo? Se trata más bien de darle lugar a lo que la guerra y las malas prácticas de las instituciones no habían permitido poner en su lugar. Los muertos no tenían lugar. Dignificar la muerte es poder seguir contando con su fuerza para luchar por curar las heridas que siguen abiertas y las deudas que no se han saldado. Como lo recuerda el señor Matías Moreno
Es valioso desde ese punto de vista, de todo este proceso que se lleva ahora, y aquí vamos… a nuestras familias, paisanos y amigos nos va a dar un poco de tranquilidad, no en cien por ciento, pero sí va a tener un poco más tranquilos. Porque la verdad es que esto jamás se nos va a olvidar. Se nos olvida el día que vayamos falleciendo nosotros, ahí sí, pero mientras estemos vivos no podemos estar tranquilos con todo esto que ha pasado.
Hoy queda en el pueblo de Bellavista nuevo un lugar dónde honrar a los muertos, el cual entra a hacer parte de todo un paisaje de memoria que cuida con esmero la población bojayaseña. Por su parte, los familiares que regresan a las ciudades donde hoy habitan se llevan la memoria viva de sus difuntos. La caja de madera con el álbum familiar es una herramienta para recuperar el nombre, la historia y no dejar morir la memoria de sus seres queridos asesinados en el contexto de la masacre del 2 de mayo del 2002. En él las nuevas generaciones encontrarán anécdotas, dibujos, fotos, árboles genealógicos, Cuadro descriptivo que muestra las relaciones, orígenes y ascendencia de una familia. historias de familia que les permitirán conocer a esas personas que son más que números, más que huesos, más que un acontecimiento atroz que acabó con sus vidas.
Para algunos familiares queda la expectativa y la lucha de encontrar a quienes están aún desaparecidos o yacen en algún lugar del cementerio de Riosucio o de las aguas del Atrato. Asimismo, para quienes, como dice Flora Rosa Caicedo, «traen testimonios de esquirlas en el cuerpo». Así las cosas, la deuda persiste aún con muchas de las víctimas de Bojayá y el trabajo de buscar a los desaparecidos, aclarar las circunstancias de muerte que faltan por aclarar y responder adecuadamente a las personas lesionadas continúan en la agenda, lucha e incidencia del Comité y Bojayá.
Lecciones aprendidas
La entrega más grande de cuerpos en la historia de Colombia pone en tensión diversos sentidos y temporalidades frente a la justicia transicional y las apuestas de paz en el país. La forma como desde los conocimientos afros e indígenas se realiza la exhumación, identificación, entrega y entierro de los familiares asesinados evidencia un enorme esfuerzo por descolonizar las políticas transicionales y enriquecer los protocolos forenses y judiciales con las formas locales de tramitar la muerte y relacionarse con los espíritus.
Este constituye un proceso pionero e inédito en Colombia por su magnitud, complejidad y el alcance de la coordinación interinstitucional. A la vez es un proceso único y ejemplar en la manera que integra principios de autonomía política y cultural, de autogestión comunitaria y de coconstrucción de conocimiento entre pueblos indígenas y afrocolombianos, y entre estas comunidades y expertos forenses y psicosociales. Las reflexiones que se desprenden de los obstáculos y logros dejan innumerables aprendizajes para compartir con otras comunidades que enfrentan situaciones similares de desaparición, violación a sus derechos e impunidad en Colombia y el mundo. Aporta también numerosos aprendizajes y retos a las instituciones involucradas con procesos de búsqueda de la verdad, justicia y reparación. Estos aprendizajes los detallamos a continuación en las palabras y reflexiones de quienes hacemos parte del proceso.
Resistir, insistir y no desistir
El sentido reparador de reestablecer las relaciones con el territorio, los muertos, el saber ancestral y el duelo
- Exhumar, identificar y enterrar a víctimas de hechos atroces debe ser entendido como prácticas de cuidado y acompañamiento a las personas muertas, a sus familiares y al territorio: en palabras de Oneida Orejuela «Vi que era un cuidado […] ese era el tema que íbamos a tratar en Bellavista con las exhumaciones […] después de 18 años volver a desenterrar a la persona y hacerle su velorio como nosotros estamos acostumbrados».
- La verdadera reparación a las víctimas no es la económica sino cuando se hacen posibles las condiciones para aliviar el dolor: como lo expresa José de la Cruz Valencia «Se consideraba que cualquier acción relacionada con los procesos de los muertos tenía que ver con la reparación económica. Y esto que nosotros estábamos aprendiendo no tenía absolutamente nada que ver con recibir un beneficio económico, sino que el beneficio iba mucho más allá, que era hacia los temas de la verdadera reparación, de un verdadero alivio frente al dolor que venía aplazado durante más de 15 años y que se prolongó hasta 17».
- Retornar a las personas muertas a su territorio, hacerles sus rituales y llamarlos por su nombre es un deber y una condición para dignificar su memoria y darles descanso: Luz Marina Cañola, conocida como La Negra, y Máxima Asprilla, respectivamente, describen este aprendizaje «Ese proceso que se hizo de este etnocidio, después de 15 años volver a desenterrar a las personas y hacerle su velorio como nosotros estamos acostumbrados, como si la persona acabara de morir, ese es un aprendizaje», «Muchas personas estaban seguras que ese número era su familiar cuando en realidad no. Eso nos sirvió de herramienta para que nos pusieran una realidad más clara, que nos individualizaran así fuera un dientecito y que no nos dijeran [que es] un misceláneo. Esta es una persona así fuera un diente. Porque así tenga 100 años [de muerta], nosotros mencionamos el nombre de esa persona».
El sentido político del proceso como una forma de esclarecimiento de la verdad y de reconocimiento de responsabilidades
- Los errores institucionales y la falta de reconocimiento y respuestas adecuadas por parte del Estado a las comunidades víctimas de desaparición, masacres y desplazamiento agudiza el dolor y el daño cultural: Yuber Palacios explica al respecto que «las instituciones estatales deben privilegiar las exigencias de la comunidad y dar respuesta certera frente a los errores y omisiones en procesos forenses. La prolongada exhumación, identificación y entrega de los cuerpos de las víctimas del etnocidio de Bojayá y el no poder enterrar a nuestros muertos de manera inmediata, acorde a la cultura y tradiciones ancestrales, prolongó y agudizó el dolor, el daño cultural y espiritual a Bojayá, el cual interrumpió abruptamente el duelo personal y colectivo que incluso transcendió a otras generaciones».
- Esclarecer la verdad requiere valentía: como lo nombra Yemmin Cuesta, integrante del comité, «Valentía del Comité que tomó la bandera para esclarecer estas cosas unido a las instituciones porque aquí había mucho dolor, de muchas personas que tenían a sus familiares como cuando se muere un animal. Esas eran cosas duras para nosotros».